Una paradoja interesante para los defensores de la competencia: las patentes. Tienes una idea, es original, tiene valor y la sociedad y sus normativas te permiten convertirte en monopolista de la misma y de su explotación económica protegiéndote de competidores basados en la misma idea, hasta que, pasado un plazo de décadas, cualquiera puede utilizarla en beneficio propio.

Las patentes tienen muchos amigos y también muchos enemigos. Pero son la forma en la que la sociedad ha logrado asegurar hasta hoy un flujo de ideas suficientemente intenso como para mantener el intenso ritmo de crecimiento de las economías avanzadas, basadas fundamentalmente en el conocimiento.

La acaparación de las rentas primarias de la producción, no digamos su manipulación mediante subterfugios que atenten contra la competencia, en cualquier ámbito productivo, por parte de un monopolista, es odiosa. No hay, seguramente, mayor crimen económico sobre la faz de la tierra, pues quien lo hace estafa a sus consumidores, a sus trabajadores y a sus proveedores. Este crimen debe ser perseguido. La reciente multa de 4,3 millardos de euros a Google por parte de la Comisión Europea es un buen ejemplo de esto.

Pero hay ocasiones en las que la sociedad tolera la anomalía que representa el monopolio a cambio de un resultado mejor que el que produciría la plena libertad económica. No me refiero a los caducos “monopolios naturales”, cuyas versátiles fronteras la tecnología se ha encargado de evaporar hace tiempo. Me refiero a las ideas.

Shakespeare, quien en realidad se mofaba de los bohemios creadores que sacaban sus obras de la nada en “El sueño de una noche de verano” (Acto V, Escena 1), describió el proceso creador de esta manera tan bella:

«…and as imagination bodies forth the forms of things unknown, the poet’s pen turns them to shapes and gives to airy nothing a local habitation and a name.»

Eso es, las ideas nacen de la nada etérea en un acto de felicísima inspiración que el genio del creador materializa.

Las primeras patentes de las que se tiene noticia en la historia se otorgaron en Venecia e Inglaterra en el siglo XV, estableciéndose en el segundo las más antiguas leyes de protección a los «true and first inventors», como rezaba el Statute of Monopolies inglés de 1624.

Todo es mejorable y, en la actualidad, las leyes sobre patentes necesitan una amplia revisión, ya que se las considera por muchos como abusivas y protectoras de un derecho desproporcionado a recibir rentas monopolistas procedentes de una idea o invento original.

Además, las nuevas tecnologías que en la industria desdibujaron las fronteras de los monopolios naturales hace décadas, en su versión mas avanzada están desdibujando también las fronteras de los territorios temporales y funcionales defendidos por las patentes.

La piratería en industrias como la audiovisual o la de contenidos digitales, todas las piraterías en general, son tan odiosas como los monopolios, y muchas veces son consecuencia de estos. Pero su emergencia en las nuevas industrias está poniendo de manifiesto lo inadecuado de las regulaciones actuales para proteger los derechos de los creadores.

Esta piratería no se ejerce por parte de mafias organizadas con el objetivo exclusivo de lucrarse incumpliendo deliberadamente la ley y organizando los recursos para tal fin, incurriendo a menudo en otras actividades criminales e ilegales asociadas. Sino que surge masivamente a través del comportamiento irregular e ilegal de millones de consumidores y usuarios que actúan exclusivamente en interés propio con el único propósito de ahorrarse unos euros o céntimos de euros en cada acto que cometen. Ello provoca pérdidas mil millonarias a los creadores y a la industria que los engloba.

Lo que esta violación masiva de los derechos de los creadores pone de manifiesto es que las actuales leyes de patentes están obsoletas cuando no agotadas y actuando en contra de los intereses de quienes pretenden proteger. A su amparo, seguramente, no los creadores, sino la industria que los gestiona, obtiene a la postre rentas excesivas. Y este proceso se exacerba día a día por la inacción legislativa, la defensa numantina de los incumbents y… la falta de ideas.

Si bien, muchos creadores ya han entendido que las claves de los nuevos modelos de negocio no son las patentes convencionales, sino el contacto directo con los usuarios, mediante plataformas y dispositivos y, sobre todo, mediante suscripciones directas de coste reducidísimo tal que elimine el incentivo al pirateo, de forma que prevalezca el escrúpulo de conciencia del comprador, y convenza a una clientela masiva de adquirir legalmente el producto.

No obstante, solo ciertas ideas podrán acogerse a un mundo sin patentes o mecanismos de protección de las mismas.

Para el desarrollo sostenido de las economías actuales, es necesario que exista un flujo continuo y suficiente de ideas nuevas, en todos los ámbitos de la producción, distribución, consumo y reciclado de bienes y servicios. Cabe albergar muchas dudas de que sin la protección adecuada a los creadores, en lo que se refiere al disfrute de las rentas de sus ideas, dicho flujo de ideas pueda ser posible. De manera que la sociedad debe tolerar un cierto grado de imperfección en los mercados de ideas si quiere seguir desarrollándose y alcanzando mayores objetivos de bienestar.

Este es justamente el reto, encontrar un sistema dinámico y adaptativo de protección a los creadores que asegure el flujo de ideas pero que no produzca enquistamientos monopolísticos, no ya de los creadores, sino de los impresarios que, habiendo adquirido los derechos de los creadores en el mercado de las ideas, las protejan en su beneficio durante generaciones. La resolución de las paradojas que conlleva la creación de ideas en una economía moderna requiere una mezcla disciplinar en la que intervienen el derecho y la economía, pero cada día son más imprescindibles los tecnólogos, los sicólogos sociales y el márquetin.

Desde que se inventó la rueda no han faltado las ideas, gracias  a la curiosidad e ingeniosidad innatas del ser humano, pero hoy no basta con eso, hay que estimular la génesis de ideas y su conversión en conocimiento. Para ello necesitamos instancias formativas y, sobre todo, el reconocimiento de los creadores y la protección de sus derechos.

José Antonio Herce